Prince: la escandalosa vida del genio musical y símbolo sexual que una sobredosis se llevó hace 5 años

Escrito por el 21 abril, 2021

El 21 de abril de 2016, un exceso de opiáceos terminó con la azarosa existencia del músico de Minneapolis. Su infancia difícil. El recital con los Rolling Stones en el que fue echado por el público. Sus obras maestras. Y el polémico y breve recital que brindó en Argentina y terminó en escándalo

Prince en 1987, su mejor momento Photo by Crollalanza/Shutterstock

Prince en 1987, su mejor momento Photo by Crollalanza/Shutterstock

21 de abril de 2016. Cerca de las 10 de la mañana. Una llamada al 911 de la ciudad de Minneapolis. Una voz informa que un hombre está tirado en un ascensor inconsciente. Detrás se escuchan algunas voces. La operadora hace algunas preguntas. La voz en algún momento reconoce que cree que el hombre está muerto. Antes de cortar dice de quién se trata: Prince.

Los paramédicos llegan en cuestión de minutos. Los intentos de reanimación no duran demasiado. No hay que saber demasiado para darse cuenta que el hombre lleva varias horas muerto.

Tenía 57 años. Un pasado esplendoroso y todavía mucho por dar.

La noticia recorrió el mundo en minutos a través de las redes sociales. Un mazazo inesperado que provocó uno de esos raros momentos de unanimidad, de recuerdo agradecido, de genuino dolor masivo y de evocaciones conmovedoras. De historias que mostraban cómo el arte de este hombre lejano (en todos los sentidos del término) había atravesado la vida de millones de personas.

Después se supo que se había tratado de una sobredosis de Fentanilo, el opiáceo que tomaba para calmar sus dolores. Escondía la droga en cápsulas de calmantes de venta libre. Una semana antes, al volver de un show, su avión debió aterrizar de emergencia en Illinois porque había perdido el conocimiento por otra sobredosis de Fentanilo. Pero una vez repuesto se fue del hospital sin el alta médica. Hacía semanas que arrastraba una neumonía y su deterioro era evidente pero no había detenido sus actividades. Sus colaboradores le habían sacado turnos con doctores especialistas en adicciones para romper su dependencia del opiáceo. Pero nunca llegó a esa consulta médica. La segunda sobredosis en una semana terminó con la vida de una de los mayores talentos de la música del último medio siglo.

Purple Rain, el gran éxito de la carrera de Prince

Prince había nacido en Minneapolis en 1958. Su infancia fue complicada. Un padre músico que se escapó temprano, una madre que lo abandonó, que prefirió a alguna de sus parejas. Abusos por partes de padrastros. Más de treinta mudanzas antes de la adolescencia. Y la sensación de no encajar en ningún lado. Pero también la determinación por sobresalir, por explotar esa diferencia, por no parecerse a los demás.

En 1978 publicó For You, su primer disco. No tuvo demasiado éxito esa mezcla de funk rabioso y sensualidad. Pero algo había en ese joven ambicioso, inquieto e insociable.

Había llegado a grabar pero no se conformaba con eso. Él quería ser el mejor. No le alcanzaba con ser músico de rock; ese no era su sueño. Él aspiraba a ser una estrella. Los discos siguieron apareciendo y los hits empezaron a llegar. Dirty Mind fue el primer impacto de la mano de When You Were Mine y Head.

Mandatory Credit: Photo by Shutterstock (115815a)
PRINCE
PRINCE PERFORMING, LONG BEACH, CALIFORNIA, AMERICA - 1985

Mandatory Credit: Photo by Shutterstock (115815a) PRINCE PRINCE PERFORMING, LONG BEACH, CALIFORNIA, AMERICA – 1985

Mick Jagger y Keith Richards reconocieron el talento de Prince apenas apareció. En 1981 lo llevaron de telonero (los otros eran J. Geils Band y George Thorogood) en la gira en la que presentaban Tatoo You. En su presentación, en Los Angeles, el 9 de octubre de 1981, Prince apareció frente a la multitud con su vestimenta estrafalaria, su seguridad y su funk incendiario. Pero el público de los Stones esperaba otra cosa. Para entender eso detengámonos en la manera en que estaba vestido, no alcanza con “estrafalaria”. El torso desnudo, un slip (¿o una bikini?) breve y de color estridente, un piloto para lluvia abierto y tacos altos. Primero lo abuchearon. Pero no se conformaron con eso. Empezaron a volar cosas sobre el escenario. Desde bolsas con patas de pollo fritas hasta latas de cerveza. Prince dejó el tercer tema (como una llamada del destino se trataba de Why You Wanna Treat Me So Bad) por la mitad y se retiró del escenario mientras su banda seguía tocando. No se detuvo en el backstage. Se subió a un auto. Fue al aeropuerto y regresó en avión a Minneapolis. Mick Jagger lo llamó al otro día. Le dijo que debía volver, reponerse, enfrentar al monstruo. Al día siguiente, Prince regresó. Pero no le fue mejor. Esa noche le tiraron hasta con botellas.

Al años siguiente salió 1999, un portentoso disco doble que lo mostraba en dominio de todos sus talentos. Un gran disco. Pero la explosión definitiva llegaría con el siguiente. Purple Rain lo consagró como estrella mundial. Uno de esos raros momentos en los que convergen éxito, reconocimiento y talento.

Prince – The Most Beautiful Girl in the World

Llegaba para pelear el trono del pop a Michael Jackson y a Madonna. Pero él era otra cosa. Tenía su grupo, The Revolution, pero él era el hombre orquesta. Parecía que podía hacer todo. Y que todo lo hacía extraordinariamente bien. Prince fue, sin duda alguna, uno de los más versátiles músicos del pop. Era un gran compositor, un excelente cantante, un guitarrista extraordinario aunque algo subestimado, un performer hipnótico, sabía bailar, era un hábil multiintrumentista y, además, tenía misterio. En estudio y en vivo, su presencia se destacaba y generaba algo inefable.

Purple Rain tenía todo. Un disco perfecto. No había una canción débil. Amor, sexo, funk, himnos. Al disco lo acompañó una película que también fue un éxito y un vehículo para llevar su música, en la era del VHS, a todos los rincones del mundo.

Su década de los ochenta fue tan prolífica y tan excepcional que muy buenos discos y algunos hasta excelentes pasaron desapercibidos por la potencia de sus obras maestras. Los picos fueron Purple Rain y Sing O’ The Times, pero también editó Parade, Lovesexy, Around The World in a Day y hasta la banda sonora del Batman de Burton. La siguiente década la empezó con Diamonds and PearlsThe Love Symbol y Gold Experience que hubieran significado una cumbre creativa para cualquier otro artista pero que en Prince sólo parecían diestra rutina.

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Era la súper estrella que no temía hablar de sexo. Canciones sobre la masturbación, el sexo oral, el orgasmo, incesto y todo tipo de actividad sexual o filia posible integran su repertorio. Guitarras que simulaban eyaculaciones, movimientos lúbricos sobre el escenario y ausencia de eufemismos.

La música de Prince contiene una paradoja. En ella está todo el pasado, toda la tradición, cada disco que el músico escuchó. El soul, el R&B, Joni Mitchell, Santana, el rock, James Brown, Curtis Mayfield, Sly Stone, Rick James. Pero ese cóctel al pasar por él, al atravesar su experiencia y su mundo creativo, se convierte en otra cosa: suena a futuro.

De a poco la conducta estrafalaria empieza a surgir de manera más evidente. Prince quedó muchas veces (tal vez demasiadas) enredado, preso de sus propias decisiones. Se obsesionó con dirigir su propia película y el resultado fue el esperpento de Under The Cherry MoonEl día antes de la aparición del mítico Álbum Negro decidió parar el lanzamiento. Lo convirtió en uno de los grandes discos perdidos de la música moderna. Luego firmó un contrato récord con Warner. 100 millones de dólares por seis discos. Pero los problemas con la discográfica empezaron al poco tiempo. Desavenencias, peleas, tensión entre las partes, juicios cruzados y una carrera que se ve afectada, que pierde el ritmo bajo una especie de autoboicot.

En 1993, en medio de la guerra con Warner, decide cambiar su nombre. Pasa a ser un símbolo, The Love Symbol, El Artista Antes Conocido como Prince. La discográfica para ayudar a los periodistas envío diskettes a las redacciones con el simbolito (que jugaba con lo femenino y lo masculino y su mixtura) para ahorrarles el trabajo y que su artista siguiera teniendo difusión.

Se negaba a ser llamado Prince. Ese ya no era él. Alguna vez le preguntaron en qué batea, bajo qué letra el público iba a encontrar sus trabajos en las disquerías. Se quedó pensando un tiempo hasta que respondió: “Lo van a encontrar. Se las van a arreglar”.

Uno de los músicos de su siguiente banda, la New Power Generation, contó que en medio de una grabación lo llamó dos veces utilizando su antiguo nombre, a la tercera vez que le dijo Prince, el músico se dio vuelta y lo fulminó con la mirada: “No quiero que nadie me vuelva a llamar así. Y menos acá”.

Sus habilidades sociales siempre fueron escasas. Por eso nunca se llevó demasiado bien con nadie del ambiente musical. Las colaboraciones por uno u otro motivo terminaron fracasando. Grabó un tema con la primera Madonna y no mucho más. Hasta con Miles Davis se frustró el encuentro. Fue una de las pocas súper estrellas que faltó a We Are The World a pesar de que había comprometido su presencia. Él prefería hacer su camino. Su ego no se llevaba bien con compartir la atención con otros.

La mágica noche del Super Bowl de 2007, cuando tocó bajo un diluvio.  Photo by Keystone/Shutterstock

La mágica noche del Super Bowl de 2007, cuando tocó bajo un diluvio. Photo by Keystone/Shutterstock

La noche de la fiesta de inducción anual en el Rock and Roll Hall of Fame de 2004, se homenajeaba entre otros a George Harrison. El número final era una versión de While my Guitar Gently Weeps interpretada por un súper grupo. Cada uno tendría un breve momento de lucimiento. Pasaron Tom Petty, Jeff Lyne, Steve Winwood y Dhani Harrison (hijo de George). Hasta que fue el momento de Prince. Su solo de guitarra fue apoteótico. Extenso, exhibicionista, majestuoso. El resto de las estrellas le hacían la base mientras él estaba dispuesto a que a nadie le quedara la menor duda lo gran guitarrista que era, pese a que a veces algunos lo olvidaban. Al terminar, los demás se abrazaron y saludaron. Prince, no. Ya se había ido del escenario hacía un rato, apenas terminó su solo. Con una sonrisa sobradora y revoleando la guitarra tras su última nota. Había mostrado su punto.

En 1991 Prince tocó en Buenos Aires. La cancha de River no estaba atiborrada de fans. Los cerca de 25.000 espectadores estaban cómodos y expectantes. Fue un show contundente, enérgico, casi perfecto. Todavía los recitales de estadio no contaban con parafernalia, Prince no necesitaba más que un buen sonido. La banda estaba afilada y Prince mostró su destreza escénica. Por momentos parecía que ese hombre podía hacer lo que quisiera sobre el escenario. Tocó algunos hits, un medley de Alphabet Street y Take me With UNothing Compares 2U y la infaltable Purple RainIntentó interactuar con un público entusiasmado pero poco conocedor de las letras de las canciones en inglés. El juego de dejar que los que estaban en el campo de juego completaran la letra fracasó en algunas oportunidades. Desde su micrófono el cantante preguntó, dos o tres veces : Are you want to go home? Recibíó, cada vez, un contundente y alargado Nooo. Pero poco después de la hora y cuarto de inicio del recital, Prince dejó el escenario. La gente aplaudió entusiasmada y esperó su regreso. Todos pensaron que se trataba de un breve intervalo o de un cambio de vestuario. Al tiempo, el público pasó del OOOH O OOH OOH de Woodstock a cantos más agresivos. Es difícil determinar en qué momento la gente entendió que el de Minneapolis ya no volvería. Lo cierto es que cuando sucedió la respuesta fue contundente. Los objetos empezaron a caer sobre el escenario y los cánticos con contenido racista a aparecer (contra Prince y contra el promotor). El clima se enrareció y la violencia se transformó en física. Y sin mayor motivo aparente -tal vez alguno se animó a hablar de lo majestuosa que había sido esa breve hora y cuarto- comenzaron las trompadas y corridas. Se encendieron varios focos de pelea simultáneos. Daniel Grinbank se mostró furioso con el artista en declaraciones radiales pero aclaró que el contrato había sido cumplido. Prince estaba obligado a que su actuación fuera de, al menos, 75 minutos. Y él estuvo 78 minutos sobre el escenario. 3 más de los necesarios. Esa noche entre el público estaban Luis Alberto Spinetta y Charly García que mostraron su fascinación con las habilidades musicales de Prince y condenaron los agravios del público

En sus últimos años siguió sacando grandes discos aunque sin la repercusión de los anteriores (ni los componentes novedosos pese a que su música siempre sonaba actual).

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Su estudio de Paisley Park siempre fue una usina que no se detenía. Las grabaciones se acumulaban día tras día.

Prince tenía una ética de trabajo insuperable. Lo gobernaba una pulsión por crear, por grabar nueva música todo el tiempo. En los últimos tiempos empezaron a aparecer algunos trabajos póstumos. Dado a lo prolífico que fue en vida, se cree que su archivo, su bóveda de Paisley Park esconde una cantidad demencial de grabaciones. Canciones terminadas, temas descartados, experimentos musicales, actuaciones en vivo, covers. Ese tesoro musical se asoma como inagotable. Sus días se organizaban alrededor del estudio de grabación y de los escenarios. Era un adicto a la música, a la creación, al trabajo.

Mientras el resto de las figuras del mundo de la música penaban por cumplir con las discográficas, por intentar sacar un álbum cada dos o tres años, Prince editaba una gran disco por años. Y en el proceso había descartado varias decenas de canciones.

Sin duda su mejor etapa va de principios de los ochenta hasta 1993. Algo más de una década prolífica y genial.

Prince en Wembley. Photo by Ilpo Musto/Shutterstock

Prince en Wembley. Photo by Ilpo Musto/Shutterstock

Miraba hacia adelante. No se repetía, trataba de innovar en cada movimiento, no darle al público lo que esperaba de él. En eso se parecía a Miles Davis. Logra un número 1 con una transgresión impensada hasta el momento: elimina el bajo de When Doves Cry y logra que la canción gane en profundidad, que el sonido llame la atención del oyente bombardeado por hits todos muy parecidos entre sí.

Questlove, el baterista y líder de The Roots dijo que sus álbumes tenían la misma estructura dramática que una obra de Shakespeare: acción que iba in crescendo, oasis cómicos, un gran clima y un bello desenlace. Los músicos que trabajaron con él en el estudio cuentan que nunca vieron algo igual: que tenía todo en la cabeza, que la canción, sus arreglos y que veía desde el principio cada pequeña variación de ella.

El estilo indiscutible de Prince que dejó un legado en la moda

Cada vez que muere alguna celebridad, se instala una sensación de duelo público. Parecen revivir las alegrías brindadas, los buenos momentos en que cada uno se sintió acompañado por ese artista. Muchas veces, ese sentimiento es una muestra de gratitud pero el lamento tiene que ver más con momentos pasados que con aquellos que no sucedieron, que se truncaron por la muerte. Esos artistas consagrados que ya dieron todo lo que tenían para dar. Pero en el caso de Prince no fue así. Con su muerte, de la que hoy se cumplen cinco años, la sensación fue diferente. Se sabía que él tenía mucho más para dar. Que su espíritu inquieto, su capacidad de trabajo implacable, su genio musical tenían mucho más para dar. No llegamos a escuchar el estilo tardío del genio de Minneapolis.

Fue una muerte inesperada. Y a destiempo. Los músicos de rock o mueren prematuramente o lo hacen de ancianos. No suelen irse en la mitad de su vida, con una obra consolidada pero con todavía mucho resto creativo.


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