Durante la dictadura de Alfredo Stroessner, a mediados de 1969, un autor paraguayo se exilia en la Argentina. Primero va a Posadas, luego se instala en Buenos Aires. Y como es escritor, escribe. Su primera novela, Rebelión después, se publica en 1970 y recibe buenas críticas. Con la segunda, General General de 1975, se consagra. Ricardo Piglia, David Viñas y Eduardo Galeano son algunos de los autores que en ese entonces lo celebran. Pero llega la dictadura. Otra más, ahora en país ajeno. Un nuevo exilio, lejos, bien lejos: Holanda. Consigue trabajo como profesor de literatura. Allá, en 1984, publica un poemario bilingüe en español y neerlandés. Se titula No te diré el lugar de donde vengo. Rondando el cambio de siglo el mundo ya era otro. Vuelve a su país en 2005 y publica en 2007 un segundo poemario, Sortilegio que supuso nuestro apoteosis. El 9 de agosto de 2016, a los setenta años, muere. Ni un sólo diario publica una línea. Nadie lo conoce. Su nombre, ahora lo sabemos, es Lincoln Silva, y esta es su historia, la del enigma de la literatura paraguaya.
“Es un enigma porque parecería que nunca existió. En la actualidad prácticamente nadie lo conoce, pero entre 1970 y 1985 Lincoln Silva era considerado el sucesor de Augusto Roa Bastos y de Gabriel Casaccia, los dos más grandes escritores del Paraguay. En artículos periodísticos y académicos de esa época marcaban a estos tres autores como el tridente de la literatura paraguaya. Y no es una exageración. ¿Cómo puede ser posible que un escritor considerado de esa forma durante toda la década del setenta y la mitad del ochenta haya desaparecido de todo registro?” El que habla es Mariano Damián Montero, investigador y documentalista argentino y Profesor de Historia que vive desde 2018 en Asunción. “Llegué a su literatura de la forma más inesperada y menos ortodoxa”, cuenta. Era 2015 y estaba estudiando la figura del educador comunista y guerrillero Arturo López Areco, más conocido como Agapito Valiente, asesinado por la dictadura en 1970, cuyo resultado fue la publicación de la biografía Agapito Valiente, Stroessner kyhyjeha (Arandurã, 2019).
“Estaba tomando las primeras entrevistas a gente que conoció a Agapito Valiente y entre los familiares vivos quedaban muchos sobrinos y sobrinas, los hijos de las nueve hermanas que tuvo. Uno de esos sobrinos me dijo que uno de sus primos había escrito dos novelas publicadas en Buenos Aires que trataban el tema de la dictadura y la tortura en el Paraguay de Stroessner. Me hablaba de Lincoln Silva, que en ese momento todavía estaba vivo”, cuenta.
Con ese dato extraño, llamativo y misterioso golpeando las paredes internas de su mente, Montero volvió a Buenos Aires y buscó en sitios de libros usados el nombre de escritor. Encontró lo que buscaba. Aún quedaban ejemplares. Cuando llegaron a su casa, comenzó la odisea: “Las leí de un tirón. Quedé asombrado porque, en primer lugar, prácticamente hasta 1970, el año en que se publica la primera, no existen textos de autores paraguayos que traten en forma tan cruda el tema de la tortura. Y en segundo lugar, porque tienen un humor muy negro y corrosivo. Eso aparece principalmente en la segunda novela”.
En paralelo, seguía investigando sobre la vida de Agapito Valiente. Entonces, un día del 2016, obtiene el teléfono de Lincoln Silva y lo llama. “No había reparado en el valor de su obra. Tenía la cabeza en mi investigación. Para mí era un sobrino más de Agapito Valiente. Sí, había escritos unos libros y punto”, dice. Con el teléfono en la mejilla, Montero se presentó, le explicó su trabajo, lo que estaba haciendo, lo que necesitaba de él. La respuesta no fue la esperada.
—Yo no sé nada de esa persona que usted nombra —dijo del otro lado del teléfono. Y colgó.
“Entré mal —dice Montero— y lamentablemente no tuve tiempo para un segundo intento porque en agosto de 2016 falleció. Fue una sorpresa. Tenía setenta años. No estaba mal. Falleció repentinamente. Y fue totalmente ignorada su muerte en Paraguay. Al día de hoy me sigue dando culpa el hecho de haber entrado mal”, y se vuelve a lamentar.
Rebelión después: narrar la tortura
Recién asentado en Buenoz Aires, año 1970, consigue publicar su primera obra: Rebelión después. Lázaro López, el protagonista, aparece en la “Cámara de la Verdad”, un cuarto de torturas. No entiende cómo llegó ahí ni por qué. Un hombre apolítico sin vínculo alguno con organizaciones revolucionarias. Entre el monólogo, los diálogos terribles y los recuerdos que lo “sumen en un laberinto atroz, haciendo zig-zag con estas continuas descargas eléctricas”. Montero la define como “un encuentro entre Kafka, el realismo mágico latinoamericano, que para 1970 ya había llegado a su pico como género, y personajes bien paraguayos”. Un fragmento:
“Yo soy Lázaro López, y nada se sabe en realidad sobre mi origen. Mis padres, mis parientes, los lugares donde vivo, todo lo que de una u otra forma no olvido, nunca hicieron gran parte de mi mundo. A veces pienso que no existo. Pero me circundan casas, árboles, tierra y un espacio infinito; mi vida y mi muerte están ligadas también a esta perspectiva. El amor, la lucha, los amigos, poco pudo librarse de la ruina, salvo algunos retratos que en este lugar oscuro y lluvioso van diluyéndose conmigo”.
Montero la define como “un encuentro entre Kafka, el realismo mágico latinoamericano, que para 1970 ya había llegado a su pico como género, y personajes bien paraguayos”
“Es, además, una crítica sin rodeos ni artilugios literarios a la ferocidad de la dictadura en Paraguay y al nacionalismo paraguayo, y justo se da en el centenario de la muerte del Mariscal López, Francisco Solano López, y del fin de la Guerra Guasú, como llaman acá a la Guerra de la Triple Alianza. El personaje principal se llama López, como el mariscal, y además Lázaro, dejando entrever la idea de una especie de resurrección. Hay mucha ironía en todo eso. También da cuenta de las movilizaciones estudiantiles de 1969 en Asunción, cuando Rockefeller hizo su gira por América Latina. Uno de los personajes, Marcus Robertson, al que llama ‘embajador del imperio’, claramente es Rockefeller”, cuenta Montero y agrega un dato: “En ese entonces Lincoln Silva tuvo una polémica con Augusto Roa Bastos, que daba clases en el ILaRI (Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales), una organización que después se supo que estaba por financiada por la CIA. Una de esas instituciones armadas para cooptar intelectuales. A partir de ahí estuvieron distanciados por el resto de los años, aunque en un primer momento eran amigos”.
“Ni siquiera los escritores paraguayos en el exilio se animaron a describir tan crudamente el momento de aquellos años, por eso su novela es disruptiva”, dice Montero. Además hay referencias precisas como el bar El Tano, un lugar muy popular para la época, y algunas más encriptadas: además de Marcus Robertson, que es Nelson Rockefeller, aparece la Agencia Internacional de Control, que sería la CIA, y hay referencias al Polígono, que sería el Pentágono. Otro fragmento:
“Estoy delirando, completamente trastornado. Siento un sudor que huele a huesos rotos, a humedad de cementerio. Tengo sed, mucha sed; saco mi lengua hinchada y le hago gotear la salmuera maloliente de mis cabellos. El cuarto está inundado. Me desperté en el charco y no puedo moverme. Me arrastro, toco las paredes asquerosas de mi cautiverio. Debe ser de noche. Es la ceguera. Grito desde mis ruinas; ni siquiera oigo mi propia voz. Estoy sordo. Pero se escuchan pasos, deben ser ellos; o tal vez otros, siempre son los mismos; son los pasos de la muerte. Pero ella no tiene la llave de mi mazmorra. Estoy perdido para siempre”.
General General: denuncia e ironía
Cinco años después, la segunda novela: General General. Eduardo Galeano, de quien después se hizo amigo, leyó el borrador y lo publicó en la Editorial Crisis (Galeano dirigía la Revista Crisis). Y recomendado por él fue que Silva viajó a Cuba para ser jurado en Casa de las Américas al año siguiente. El protagonista, Benedicto Sanabria, es la caricaturización de un revolucionario de izquierda. Montero lo compara con Ignatius Reilly, el antihéroe de La conjura de los necios de John Kennedy Toole. “Tienen muchos elementos común ambos personajes aunque Ignatius quería volver a la época medieval y Benedicto quería ir al socialismo, hacia el futuro”. Un fragmento:
“Conocedor profundo de la psicología guaraní, nacionalizó conceptos y filosofías avanzadas e internacionalistas y llegó a fanatizar a todo el mundo con una idea de superioridad nacional, con lo cual se confundió un poco su doctrina. Muchos llegaron a creer que todo fue inventado por los paraguayos, desde la pelota de goma hasta la pólvora, el telescopio, en fin, la rueda, la matraca y los zapatos de taco alto”.
“En esta novela, Silva mantiene la denuncia pero le suma la utilización del humor irónico y muchas veces cruel. Es una crítica también al mesianismo”, agrega Montero. En un reportaje inmediatamente anterior a la publicación de la novela, le preguntan en qué anda, qué está escribiendo. Él cuenta de esta novela, General General, el argumento y algunos detalles. Luego, cuando le piden que la defina, dice: “Es sobre un tipo que se pone a contar chistes en un cementerio”.
Los poemas: vibración de otras latitudes
Con el Golpe de Estado de 1976, todo proyecto literario medianamente osado se trunca. Lincoln Silva tiene que volver a huir. El destino, esta vez, es muy lejos: parte a Holanda en 1977, donde consigue trabajo como profesor de Literatura. Es entonces cuando abandona la narrativa y retoma la poesía, aquel género que tanto había trabajado en Asunción entre 1966 y 1970. En esa época publicó muchos poemas en el diario ABC así como también reseñas literarias. En uno de los reportajes perdidos que encontró el investigador argentino, Silva dice que “escribir poesía es un buen mecanismo para luchar contra mi nuevo analfabetismo”. Cuando llega a Holanda siente el contraste con el neerlandés, que es muy diferente al español y también al guaraní. Escribía sus versos en español y luego, con colegas de la universidad, los iba traduciendo.
En 1984 publica el poemario No te diré el lugar de donde vengo. Edición bilingüe: castellano y neerlandés. Ese mismo año logra que se instituya como una carrera más en la Facultad de Lingüística de la Universidad de Utrecht la enseñanza del idioma guaraní . Él fue el titular de la cátedra. “Otra de sus funciones fue expandir y difundir el guaraní”, cuenta Mariano Damián Montero. Algunos de los poemas los enviaba a la revista cubana Casa de las Américas. No te diré el lugar de donde vengo tiene un poema dedicado al Che Guevara, otro, titulado “Furia”, donde manifiesta la impotencia de no poder cambiar la realidad. Hay uno que se llama “El tiburón tendrá que vérselas tarde o temprano con la poesía”: una crítica al imperialismo norteamericano, que termina así: “pero la poesía es una bomba de tiempo / en las fauces del señor Ronald Reagan”. Y también habla del exilio, por ejemplo en el poema “El invitado”:
Soy un caracol sin pasaporte
que te trae la vibración de otras latitudes
y de la noche insondable
una palabra en la punta de la lengua
Sin que nadie lo viese venir, treinta y cinco años después de haberse ido, Lincoln Silva cruza el Océano Atlántico y regresa a Asunción. Fue en 2005 donde empezó, de a poco, a volver a escribir artículos para medios locales. Y en 2007 publica su segundo poemario, esta vez en la editorial paraguaya Servilibro. Lo titula Sortilegio que supuso nuestro apoteosis. “Muchos hablan de que estaba muy metido para adentro —dice Montero—; no es que estaba loco, pero como que a veces estaba en otro plano. Y a mí me parece que ese poemario lo escribió en ese otro plano. Se creó un mundo propio al que él solamente tenía acceso. Como si armara un juego interno con esos poemas, pero un juego interno que sólo entiende él. Es, a mi modo de ver, algo muy críptico”. Con este poemario se completa su obra de cuatro libros. Pero, ¿hay algo más?
Rescate
Un enigma. Para Mariano Damián Montero, Lincoln Silva es un enigma: “Una pregunta que me hice es cuáles eran los motivos por lo cuales no volvió a publicar una novela desde 1975. Los que lo conocieron en Holanda decían que en un momento dejó de creer en su talento, o algo por el estilo. Y los enigmas van a crecer porque él ya no está para responderlos. Otra es sobre su poca publicación. Creo que hay una explicación. Silva tenía una obsesiva pulsión por corregir permanentemente sus textos antes de publicarlo. Esto lo noté en la correspondencia que mantuvo con la gente de Casa de las Américas de Cuba en las que él les escribe solicitándoles que no publiquen poemas que les había enviado un mes antes porque quería revisarlos. Y al mes siguiente hay una carta en la que les dice que está bien así, pero al mes siguiente hay otra donde dice que lo esperen, que tenía que seguir revisando”.
Ariel Dorfman, Vicente Zito Lema y Mempo Giardinelli lo ponderan como uno de los mejores de su generación. También lo halagaron en su época David Viñas, Ricardo Piglia y Eduardo Galeano. Todo ese fulgor quedó sepultado bajo con un contexto opresivo, su exilio repentino y los devenires de un destino injusto. Murió sin recibir, como suele decirse, el respeto que merecía. Pero esta historia no termina acá: durante la investigación de Montero, la hermana de Lincoln Silva revisa sus pertenencias en el departamento del autor y, en una caja, encuentra hojas mecanografiadas. Una novela inédita pero terminada, fechada en el año 1986. Se llama Patria qué burdel.
La publicará la editorial de Paraguay Arandurã. Montero está a cargo del rescate: “La idea es publicarla luego de que publiquemos su obra completa, la que él publicó, la conocida. Ya reunimos todo, eso se va a publicar a mitad de año en Paraguay. Va a estar compuesto por las dos novelas, los dos poemarios, dos textos que podríamos llamar militantes: en el 75 escribió un texto sobre la prensa y la poca libertad de expresión en Paraguay, y en 1980 escribió en Holanda una denuncia de una masacre de campesinos de Paraguay. Ahí tenés seis textos y después un montón desperdigados: cuentos breves, notas, columnas de opinión, reseñas literarias”.
A mitad de año, en un par de meses, Lincoln Silva regresa. La literatura, como todo arte, seguirá siendo un enigma. Pero la voz de este escritor ya no estará olvidada en la oscuridad, todo lo contrario: vivirá agazapada entre las sombras esperando por los lectores que quieran oírla. Y el gran enigma de la literatura paraguaya, tal vez, poco a poco, empiece a revelarse.